Uno de los trabajos más espectaculares de mi última etapa en el Concello de Pontevedra, en colaboración con los equipos de arquitectura y deportes municipales.
Se decidió optar por un argumento territorial: el pabellón se encuentra en un espacio anteriormente ocupado por una marisma, del que toma su nombre, y que todavía se conserva parcialmente hoy en día.
Se estaba realizando una transformación profunda, tanto del espacio como de la funcionalidad, y existía bastante libertad creativa en términos de ocupación de las paredes. Sólo había algún condicionante, como oscurecer un área acristalada por la molestia del sol en el campo de juego y preservar la seguridad de circulación en zonas con paredes de cristal transparente.
La solución creativa fue volver al argumento histórico y rescatar a algunos de los protagonistas del humedal. Por lo tanto, los patos, las ranas, las libélulas, las nutrias, los buhos y otros animales pasaban a formar parte de este paisaje interior.
Se buscaba una solución impactante, que nadie dejó indiferente, y que llevó al visitante a familiarizarse con esas almas antiguas del lugar invadido por la ciudad para expandir su infraestructura pública.
También hubo intervenciones más técnicas como la señalización o la configuración de pasillos y salas.
Fue una obra en la que además de los departamentos municipales de arquitectura y deportes participaron Estudio Blanco en el tratamiento de las imágenes y Colotec en el montaje de todos los vinilos.