Sánchez González

ANTÓN PRIETO

Entre el círculo en el que me muevo existe una especie de felicidad implícita por el hecho de que esta situación horripilante esté capitaneada por un tipo como Pedro Sánchez, algo que por muy crítico que seas con la gestión del gobierno, debe tranquilizarnos. La alternativa era esa gente capaz de poner medallas oficiales a la virgen del Carmen y excentricidades parecidas, cosa que en general produce algo de horror. A estas alturas, vanagloriar espectros o practicar tradiciones espirituales debe mantenerse lejos de la esfera pública y que cada uno lo viva como quiera, pero sin salpicar.

El directo televisivo del Presidente resulta rotundo. Quizá podía ahorrar algo de metraje repitiendo hasta la saciedad ideas genéricas de su relato, costumbre fomentada por periodistas que, por supuesto con todo el derecho, quieren extraerle nuevos datos o conceptos informativos tras promulgar sagaces preguntas. Sánchez responderá siempre encantado de escucharse, haciendo alguna voltereta oratoria y sabiendo que tras millares de pantallas hay ciudadanos con el estómago enroscado buscando respuestas que nadie puede darles. Impecable e implacable en la transmisión emocional. Intensidad en la palabra, profundidad en la mirada y en los gestos, manejo de las técnicas teatrales de la convicción y la credibilidad. 

Es cierto que largos segmentos del discurso podrían resumirse en un telegrama. Se prodiga en reiteraciones argumentales, que al final resultan importantes aliados para transmisión de los afectos entre el líder y su público. Algunas frases para titulares informativos, algunas explicaciones innecesarias, insistencias varias. Pero él y los suyos saben que lo que cuenta en esta historia es un trinomio formado por humildad, emoción y transparencia. 

Que no equivale a decir que Sánchez sea humilde, emotivo y transparente, sino que la representación icónica del Presidente fluye por esos flancos de la poética política. Una parte de la población verá un héroe de guerra envuelto en esa épica belicista que tanto gusta a los líderes. Y habrá quien vea a un peligroso gestor, si hacemos caso alguna gente bruta y con las  amígdalas mal ubicadas, pues parece que hablan a través del esfínter.

Sánchez se sabe parte de la región más luminosa del mundo. Quizá no tenga los mejores científicos para aconsejarlo en la epidemia, quizá la joya del reino, nuestra salud pública, no sea más que una linda fábula que circula entre nosotros, apoyada en las experiencias personales que cada uno de nosotros tenemos tras visitar un hospital. Quizá las inercias centrípetas del estado central acabarán cobrándole una elevada factura en términos de estabilidad parlamentaria post  coronavírica. Puede que Sánchez tenga que volver a humillarse ante los fantasmas de su propio partido, esos que no le permitieron pactar con nacionalistas y podemitas tras las penúltimas elecciones. Pero en su manejo de la oratoria recuerda precisamente a uno de esos fantasmas, el Felipe González de principios de los 80, una de las representaciones icónica del cambio. 

Si Felipe, influido por el eufórico ambiente de la transición, fue avanzando hacia la derecha hasta  convertirse en el influencer conservador que hoy es, Sánchez podría hacer el itinerario inverso, como pide el mundo actual, tan castigado por las consecuencias del capitalismo salvaje y la  uniformización cultural, por muy difícil que sea de ver  esto desde Madrid.

Hindi  Zahra

Adorable esta recomendación que pillé hace pocos días en la red de un querido amigo virtual. No paro de escucharla. Casi étnica pero melódica, casi Cesárea Évora pero suave jazz tranquilo, con preciosos arreglos y esa elegancia parisina que te llena el corazón de  terciopelo. Esta emigrante  marroquí que llegó a Francia con 14 años y componía maravillosos temas mientras vigilaba turistas en el  Louvre. Busquen cualquiera de sus tres discos y disfruten de ese mínimo  impresdincible para escuchar de cerca la belleza.

PUBLICADO EN DIARIO DE PONTEVEDRA EL 21 DE ABRIL DE 2020, TRIGÉSIMO PRIMER D͍A DE CONFINAMIENTO