Urgen lineas rojas

A N T Ó N   P R I E T O

Que Abascal podría ser, con su iconografía machirula, un personaje de la propaganda nazi, nadie lo pone en entredicho. Aunque estén prohibidos, en Alemania existen círculos que mantienen viva esa llama de voluptuosidad hormonal, nazis actualizados que producen mucho horror. Se lo aseguro. Hace unos años conocí un precioso ejemplar de la categoría de los grizzly (osos pardos), en un club gay berlinés. El hombre respondía a los más definidas cánones de la masculinidad, combinada con una magnífica predisposición para el sexo anal, algo en absoluto contradictorio.

Después de aquella noche tórrida, compartimos un café en mitad de la tarde. Él llegaba de una exposición sobre arquitectura alemana de los años 30 y traía un catálogo que me sorprendió: era sobre una especie de enorme monasterio que Hitler había mandado construir para entrenar jóvenes en el cultivo del cuerpo y mejorar la raza aria. Y el chaval, cuarentón homologable, estaba entusiasmado por aquella épica grandiosa y espectacular del gigantismo arquitectónico en mitad de frondosos bosques bávaros. Deberíamos recuperar las cosas buenas del pasado, decía… en mi cutre inglés iba entendiendo el mensaje al tiempo que decidía algo importante: nunca más mis labios se rozarían con los de aquel tipo peligroso, por muy atractivo que fuese. Hay líneas rojas que no pueden cruzarse.

Siempre que observo la estética contemporánea y poderosa del líder de Vox recuerdo aquel grizzly al que le follaba el culo en la oscuridad, bajo música techno y rodeados de cientos de tipos que hacían lo mismo que nosotros, incluido mi marido. Era un nazi de nuestro tiempo. Viven entre nosotros, utilizan la iconografía con pérfida inteligencia. Son capaces de romper las ideas previas que tenemos sobre los viejos falangistas. Quieren gustar a la gente de hoy y lo hacen con arrogancia. Si Vox fuese un producto de mercado, no podía tener mejor packaging que Abascal, pese a su lata de pimiento o a la ferviente idolatría cristiana, detalles fuera de catálogo.

La terrible imagen de la Gran Vía llena de ataúdes es un icono actual del odio y el rencor. Para eso robaron una foto maravillosa de la ciudad desierta y compusieron un poema desgarrado, cruel y mentiroso. Dicen que estamos en guerra, pues toma guerra, juguemos fuerte y aprovechemos la libertad de expresión para descerrojar una bomba miserable sobre los lomos de ciudadanos heridos y asustados. Leni Riefenstahl, la mítica directora que elevó el nazismo el arte cinematográfico se lo dejó bien claro con su enorme farsa: “para que esto fuese comprensible sin texto, el lenguaje visual tenía que ser muy bueno, muy claro. Las imágenes debían decir más de lo que se hablaba, pero no por eso es propaganda”.

¿No podemos defendernos de esta apestosa e irrespetuosa propaganda? ¿Cómo combatir esa enorme amenaza contra la dignidad? Los hijos de Goebbels seguirán construyendo a su líder como Cid Campeador, seguirán llenando de inmundicia las redes, componiendo iconografías tan efectistas como los carteles nazis. Esperemos que continúen sin tocar Galicia, y sobre todo que no consigan hacer de nosotros la luna de Lole y Manuel… esa “que se aleja impotente del campo de batalla”. Urgen líneas rojas por parte de todos. De todos. Quien haga washing con Vox como el PP y C’s serán también una amenaza pública.

Lili Marleen

Para apartarnos de tanta porquería mental escuchemos un clásico. Lili Marleen. Una canción que triunfó entre los soldados de los dos bandos de la segunda guerra y que más tarde fue prohibida por los nazis. Pueden escuchar la original de Lale Andersen, o la más vigorosa de Marlene Dietrich, aquel ángel azul maravilloso. Pero les recomiendo una versión muy decadente y brutal. La de la actriz y cantante alemana Hanna Schygulla, una enorme diva de los 80, musa de Fassbinder. Verán qué maravilla.

PUBLICADO EN DIARIO DE PONTEVEDRA EL 8 DE ABRIL DE 2020, VIGÉSIMO CUARTO D͍A DE CONFINAMIENTO