Verdad, bondad, utilidad

A N T Ó N   P R I E T O

Sabido, legal y unánime es que la libertad de expresión es una importante conquista social, si bien habría mucho que hablar sobre su realización en esta sociedad tan mediatizada por el dinero, el consumo y el poder económico. Ya que ninguna obra humana es perfecta, y la democracia tampoco lo es, nos movemos felices en esta especie de frivolidad de “lo nuestro es democracia, lo de los demás no”. Pero salva sea esa parte del guión, la libertad de expresar ideas e informaciones resulta mucho más que una costumbre social, mediática y cultural.

Cuales son los límites. Más allá de los manuales morales y pseudojurídicos del periodismo, a los que no se les hace demasiado caso, circula por las redes uno de esos pics de bolsillo que resume una cuestión compleja. “Consejos prácticos para la libertad de expresión; los tres filtros de Sócrates: La verdad (que sea cierto lo que dices), la bondad (que sea bueno lo que vas a decir) o la utilidad (que tu mensaje sea útil)”. Los tres conceptos, verdad, bondad y utilidad, darían para un análisis a su vez muy profundo, pero vamos a simplificarlo.

El primero, la verdad, se basa en una cuestión selectiva: tú sólo conoces una pequeña parte de la misma, que es la que expresas. Sobre la bondad nos preguntaremos ¿lo que es bueno para ti, también lo es, por ejemplo, para quien quiere llenar sus bolsillos con tu decisión de compra, con argumentos peregrinos? Un follón, ¿no?. Y sobre la utilidad, ¿qué conseguiremos con nuestro mensaje?

Vaya por delante no sólo el respeto, sino la absoluta admiración a todo el personal sanitario que se está dejando su piel, su buen hacer, su abnegación, en algunos casos su martirio, a veces su impotencia ante el virus, y también sus frustraciones al certificar cada maldito fallecimiento. Pero dicho esto, analicemos las constantes denuncias de falta de material y caos hospitalario que inundan las televisiones y dan pábulo a interesados contertulios y a políticos sin escrúpulos a echar sal en las heridas más profundas que nunca hemos imaginado padecer.

Esos denunciantes sin duda dicen la verdad, al menos su verdad personal o profesional. Sin duda procuran la bondad: que con la denuncia, sus responsables jerárquicos les provean del material que necesitan. Y sin duda les resulta útil, porque así sus jefes se sentirán presionados y ante la vergüenza social serán más audaces en las soluciones… ¿Realmente sólo se llega a ese nivel de comprensión?

Pero la verdad, cuando se transmite por televisión no es tan fácil como encontrar un tipo que diga lo que el periodista quiere escuchar para crear esa falsa sensación de realidad, porque la anécdota nunca fue información hasta que el espectáculo penetró en los informativos. Sobre la bondad, habría que preguntarse por la angustia que esos mensajes crean en las poblaciones de riesgo, por ejemplo, entre tantos ancianos que ven por la tv cómo serán pasto del incendio si tienen la desgracia de caer. Y sobre la utilidad… ¿Realmente alguien cree que los directores de los hospitales, los profesionales de la sanidad, los responsables públicos, necesitan vociferios televisivos para ofrecer lo mejor de si mismos? Las denuncias en el ojo del huracán son como la gasolina que echamos al fuego: ni solución verdadera, ni bondad pública ni utilidad social.

Lágrimas negras

Pero salgamos del hospital, asomémonos a cualquier agujero para respirar felices e imaginemos el fin del cautiverio seguros de que ya falta un día menos. Y hagámoslo sin perder el placer de la nostalgia, manteniendo una preciosa serenidad. La misma que El Cigala y Bebo Valdés mezclan en Lágrimas Negras, un puñado de canciones divinas, puro minimalismo latino. Suave jazz, bolero y atmósfera flamenca, pura seda para ir recuperando el horizonte.

PUBLICADO EN DIARIO DE PONTEVEDRA EL 3 DE ABRIL DE 2020, VIGÉSIMO D͍A DE CONFINAMIENTO