Metrofucker

A N T Ó N   P R I E T O

Animados como estamos por el jolgorio montado por la ministra de Trabajo en su rueda de prensa, y recordando levemente lo que era un sábado antes del encierro, centrémonos en un asunto relajado y divertido, especialmente para quien lo vive en primera persona. Uno de mis mejores amigos luce un interesante apodo: metrofucker. Antes de ser una pareja estable, con su actual compañera solían utilizar su espectacular BMW para tener sexo en lugares estupendos. Nacía así su googlesex, un preciado mapa. Al llegar a Pontevedra y ver Metrominuto, mi querido y admirado fucker se quedó con ese sambenito que nos proporciona risas y chascarrillos geográficos.

Quien más, quien menos, durante el encierro añora el sexo outdoor, al menos en dos direcciones: el que se practica fuera de casa —en un motel, hotel o domicilio del o los colegas de cama—, y el que se practica en el espacio público, ya saben, sin molestar a nadie bien por la hora que es, bien porque el paraje permita alegrías íntimas y memorables, momentos de esos que al pie de la tumba nos recordarán que todo esto ha valido la pena.

Pregunté estos días en una red social por lugares donde los amigos suelen perderse para darse una alegría al cuerpo en mitad del paisaje. Algunos hicieron confesiones públicas, pero la mayoría recurrió al mensaje privado. Dejemos a un lado los clásicos lugares de cruising gay de los entornos urbanos y las playas de ambiente, donde no tiene misterio alguno follar a la luz del sol o de la luna.

La naturaleza nos ha regalado un territorio lleno de posibilidades para esta saludable costumbre vital. Alguien me comentaba que uno de sus escenarios más apetecidos era citarse con algún amante de Ourense o Carballiño en la 541. La cosa consiste en salir ambos de sus respectivas casas y parar donde se encuentren en dicha ruta, llena de posibilidades especialmente subiendo y bajando O Paraño, entre Soutelo y Boborás, evitando lógicamente esos muestrarios de arquitectura galego-mexica del itinerario. Paisaje solemne y solitario para el sexo soleado, con poco eucalipto y espléndidas corredoiras desiertas que encienden el hambre del deseo.

El complejo natural de A Barosa, la zona de Castiñeiras y Cotorredondo, las preciosas playas de Marín en temporada baja, el mirador de San Brais, un clásico. Alguien incluso ya inauguró el tramo de autopista de Tomeza con un buen polvo entre escavadoras, el monte de Campañó con magníficas vistas de Pontevedra, las subidas a A Escusa desde varios lugares, incluido el bosque de sequoyas o alguno de los múltiples cortafuegos que permiten disfrutar al sol con magníficas vistas sobre Tambo. O la enorme carballeira de Xesta, en A Lama o el parque eólico do Candán, yendo a Lalín, precioso para la hora del amanecer. Otro clásico es Domaio o cualquiera de los recovecos a los que podemos acceder desde la PO313, que une Marín con Moaña, también muy útil para las citas a medio camino.

Y los clásicos miradores de Cabo Home y Cabo Udra, a los cuales se añade el de Ermelo, en Bueu, y las fondosas vías que unen ese lugar con el lago Castiñeira, que además es una espléndida ruta arqueológica. Acudan a los montes de Noalla, además de los que se encuentran entre Sanxenxo y Meaño, las playas de San Vicente y el fantástico Siradela, ideales para apoyar el sexo en enormes rocas de granito milenario. Pontevedra ofrece fascinantes escenarios para desbordar nuestro amor a tiro de piedra. Bendecidos por esa suerte, seguiremos inventando metrominutos, digo metrofuckers, cuando acabe este estúpido retiro.

Querelle

Sigamos con este saludable tono morboso. Puede que ninguna peli haya alcanzado mayor unanimidad que esta obra maestra de Fasbinder de 1982 basada en la novela Querrelle de Brest, de Jean Genet (1947), un film de atmósfera teatral y miradas llenas de deseo. No serán seres de este mundo si no han visto esta exquisitez.

PUBLICADO EN DIARIO DE PONTEVEDRA EL 4 DE ABRIL DE 2020, VIGÉSIMO PRIMER D͍A DE CONFINAMIENTO