Artistas en cuarentena
A n t ó n P r i e t o
Ahora que asistimos a regresiones tales como convertir las ciudades en corralas, en patios de vecinos en los que tenemos que soportar el reguetón de enfrente a tope de decibelios o las fiestas post-aplauso de las 20 h… ahora que nos descubrimos parte de una arquitectura con múltiples aristas, es el momento de echar un vistazo a la situación de quien vive de la producción cultural, de ese almíbar social que nos mantiene unidos y nos identifica como parte de una colectividad.
Bajo las novelas, los cómics, las artes plásticas, el teatro, el espectáculo, la música, la danza, la creatividad publicitaria, la fiesta, el diseño, los medios de comunicación, la ilustración, el folclore, las orquestas, las librerías o el espectáculo hay un mundo muy semejante al de una ganadería de vacuno o un restaurante fast- food: declaraciones de IVA/IVA, cuotas de autónomos, pago de nóminas, planificación mensual, objetivos anuales, costes de producción, amortizaciones, impuesto de sociedades, financiación bancaria, reinvestimento, formación, alquileres, limpieza, promoción… en definitiva, inteligencia empresarial pura y dura para navegar entre los inciertos mares de la competencia, el posicionamiento, la visibilidad, el marketing, la productividade o el valor de las cosas.
Hay una pequeña porción de estas personas que viven directamente de la estructura pública: programadores, algún personal administrativo o auxiliar de salas e infraestructuras como centros culturales, teatros, bibliotecas o museos públicos… poco más. Del resto, los protagonistas de la cultura se mueven entre la dedicación exclusiva y la parcial compatibilizada con otros empleos.
Además, cualquier aproximación a la industria cultural es obligado hacerla diferenciando bien duas cosas: la creación, por una parte, y el consumo por la otra. El acceso al consumo de productos culturales es una de las dimensiones que mejor definen la globalización: canales televisivos, grandes museos, best sellers, viajes, conciertos, cine. Todo a golpe de click o a precio de obrero, navegando sobre el inmenso océano de la industria del ocio. Las llamadas sociedades desarrolladas abandonaron las manufacturas para tirar por esa especie de comercio global de la cultura, centralizado y uniformizador que amenaza a las culturas periféricas.
Y después está la cultura de cercanías, en la que desbordan sus esfuerzos cientos de personas cada día. En este sector es en el que los poder públicos tienen que lucirse tras la pandemia. No puede ser que tras lo colapso centremos solo los esfuerzos en las grandes magnitudes. Ayudar a autónomos, asalariados y empresarios a recuperar ánimo, tomarnos en serio eso de que “tenemos el mejor sistema sanitario del mundo”… todo es importante, claro que sí. Pero también lo es pensar en las dificultades de un sector económicamente tan endeble como este.
Se lo debemos a nuestros artistas, a los creadores de nuestras formas, a quién mejor expresa nuestra forma de ver el mundo. Pero no se lo debemos como una dádiva caritativa, sino creando una auténtica economía pública que sea capaz de mantener estructuras teatrales, musicales, literarias o artísticas merecedoras de tener un papel vertebral en nuestra economía. Por ejemplo, contratando espectáculos producidos aquí, viendo como aprovechar los espacios culturales de las antiguas Caixas o impulsando desde la economía pública estructuras de producción (teatro, danza, música, plástica, cine, espectáculos…) que ahora, simplemente, no existen.
Ven al Salón
Vinculado con esto, valoremos la cultura que se hace aquí. Una sugerencia, se tienen criaturas en la casa: El Salón Virtual, en su magnífica web salondolibro.gal. El Corona-cuento, el misterio del papel higiénico, cocinando con humor, Orbil bailador, voces divertidas, gimnasia en casa, la orquesta fantasma… y muchas propuestas más de la próspera, lúcida y creativa gente de la cultura que vive entre nosotros.