Cruzar el Manzanares

A N T Ó N   P R I E T O

De nuevo habló el presidente. De nuevo una prórroga, esta vez poética: el 25 de abril es una fecha redonda, demasiado linda, demasiado Grándola para ser definitiva, pero al menos la marcamos de nuevo en el calendario con permiso de José Afonso, vislumbrando ese trago de libertad tan deseado.

Un presidente que habla sereno y emocionado, que aporta la sensatez que el país necesita, que se toma su tiempo para sus exposiciones, para sus respuestas. Sánchez sabe de sobra que podía decir lo mismo en un telegrama, pero también sabe que esas peroratas nos ayudan a equilibrar la rabia, a manejar el miedo, a digerir la tragedia. Una vez más desplegó toda su capacidad teatral para mantener firme a vela del barco con aparente humildad, firme determinación y una gota de épica nacionalista, justo lo que se espera de un gobernante.

Una generosa cascada de homenajes, de agradecimientos, de pésames, de reconocimientos. Todo eso que cada uno de nosotros expresa religiosamente cada día a las 8, en una breve liturgia en la que mezclamos la furia por la negrura que tenemos delante, con el orgullo por pertenecer la esa parte cívica del mundo que “no deja atrás a nadie”, como siempre repite el Presidente. Un antídoto contra el revuelo de la derecha, contra los  fakes del  neofascismo. Cada uno a su guerra. La nuestra es contra el covid, no contra los fantasmas.

Y esa espiritual alusión a los Pactos de la Moncloa a instancias de un periodista. En el 77 había que vencer la terrible sombra del franquismo, que era un megavirus bien visible, y allí no estaba el doctor Simón dando consejos amables con voz guardentosa, luchando generoso contra los molinos del ingenioso hidalgo. Había una clase empresarial que vivía inquieta por los cambios de aquel tiempo, y ese pacto fue capaz relajarla, de amarillear un poco a los sindicatos, de acabar de cumplir el sueño de los tecnócratas del Opus y enganchar definitivamente el reino a las economías liberales que poco después acabarían en la CEE y la OTAN. 

La élite económica se relajó y adoptó nuevas formas de relacionarse con el poder —vean La caza, de Saura—, los franquistas se convirtieron en conservadores, los socialistas de entonces renegaron de la izquierda, los comunistas olvidaron el Viva Rusia, la derecha vasca y catalana se puso a colaborar y la izquierda nacionalista mantenía pulsos que no lograban convertir en batallas. Y las estrategias terroristas vivas por ambos los extremos, seguían cobrando víctimas.

Hoy mucho cambió. No hay más que ver a Felipe González despreciando desde la cubierta de un yate a Pedro Sánchez. La economía industrial está destrozada. Acabaron con la banca y otras empresas públicas. Los brokers dominan el mundo. La manufactura se fue a Asia para ahorrar salarios. La especulación está interiorizada, es lo normal. Los lobbies de entonces eran de juguete comparados con los de hoy. La libertad de comercio es un animal desbocado que destroza las economías de proximidad.

En lo político, la derecha ofrece la versión más ultra y la menos ultra, ambas tocadas por su relación con dictadura y corrupción. El PSOE, con sus pactos tanto con los neocomunistas cómo con los nacionalistas, parece que quiere entender que España puede ser otra cosa, aunque no acaba de decidirse. Las naciones periféricas piden la palabra, sin ellas nada puede funcionar. Todo parece indicar que más que Pactos de la Moncloa con neofascistas y ultraliberales, necesitamos un tratamiento de inteligencia emocional para reinventar todo esto mirándonos con empatía regeneradora, con menos inercias épicas y más cariño mutuo. Solo así podremos cruzar el Manzanares.

Aute

Escuchen Al Alba, claro que sí. Escúchenla mucho y vibren con ese grito maravilloso de aquellos años en los que por fin nos íbamos sacudiendo los ojos de la pólvora del 36. Pero vayan más allá y profundicen en su obra, en su poesía  delicadísima, dulce, íntima, llena de amor y belleza.

 

PUBLICADO EN DIARIO DE PONTEVEDRA O 5 DE ABRIL DE 2020, VIXÉSIMO SEGUNDO DÍA DE CONFINAMENTO