La anciana de las canas y el tren del Eixo
A N T Ó N P R I E T O
Tres o cuatro pisos por debajo del mío asoma cada día a las 8 una linda viejecita con el pelo blanco a aplaudir con ganas. Lleva una pequeña campanita, que hace sonar cuando se cansa. A su lado, una frondosa maceta de geranios rosa, completa el entrañable cuadro. El tren, durante las dos pasadas semanas, se escuchaba cruzar paralelo a Xosé Malvar, cuando antes su huella sonora se disimulaba entre los ruidos de la ciudad, que esta semana serán mayores gracias sobre todo a la vuelta al trabajo de la construcción.
La escena de la anciana plateada los llena el alma de admiración. La mujer debe estar sola en casa. Puede que tenga cerca algunos hijos o parientes, pero saben que no deben estar mucho con ella, por lo que pueda pasar. Ella también lo sabe y resiste. Sabe que en Montecelo la tratarían como una reina, porque para eso se esforzó durante toda la vida para construir con los demáis un mundo algo más vivible, capaz de colectivizar aspectos muy importantes de nuestras vidas. Probablemente, por fortuna, el virus no llegará a sus pulmones, pero tendremos para siempre jamás esa Imagen poderosa, con toda su luz, con toda su fuerza, dedicándonos de vez en cuando su aplauso, de vez en cuando el tintineo de la campana. Otras personas salen por la ventana componiendo esa espléndida sinfonía diaria. Aquí estamos. Somos Pontevedra. Entre todos y todas decimos, llenos de rabia por los muertos y de esperanza por los enfermos, os queremos a todas y todos los que estáis currando. Mi amada Diana RR hablaba en un precioso artículo sobre comunicación no verbal, de su vecina de enfrente: “Hoy me he disgustado porque no la vi, y todas las alarmas se me encendieron en cabeza. Espero con ansia a las 20 horas de mañana para comprobar que sigue ahí”.
El tren del Eixo Atlántico atraviesa la ciudad. Antes se veía, pero no se escuchaba desde mi casa. Ahora ruge como un cohete mientras alcanza la velocidad de crucero entre la estación y el túnel de Lérez. Antes no había ruidos porque todo era ruido, ruido sordo, pasivo, como la iglesia a la que muchos católicos ignoran durante el año y solo recuerdan cuando les conviene. Hace unos días, uno de esos festivos, a las 4 de la tarde, cogí el coche y fui a comprar el Diario a una gasolinera de la avenida de Lugo, más que nada por desentumecer mi veterano peugeot, no se fuese a gripar. Era la ciudad del silencio, fantasma, en la que mi silencioso motor se escuchaba desde los sextos igual que desde los primeros. Bastante, pese la que va como una seda.
Ruidos que no existían, calmados en el zumbido invisible de la urbe. Reinas por la ventana del atardecer reclamando con su presencia, aportando su gota de poesía social la este tiempo de negrura. Signos, manifiestos tibios de una experiencia brutal en nuestras vidas.
Stromae
Conforme me iba acercando a la obra de Paul Van Haver iba descubriendo la enorme carga semántica de este completo artista, que estuvo dos años retirado a causa de un cruel incidente con el famoso semanario Charlie Hebdo, con el padre del artista, asesinado en Ruanda, de protagonista. Busquen información y flipen con el tema. Muy cruel. Van Haver parece un pintor flamenco por el nombre, pero no. Es el autor de un montón de maravillosas canciones con aroma social y espléndidas producciones videográficas y simbólicas. Apoyado en su propia empresa creativa producen música, pero también iconos, ropa, ideas y conciertos. Busquen en la red “Stromae Montreal” y disfruten de una tremenda actuación en esa ciudad canadiense. Ah, así es cómo se llama: Stromae, eso es: maestro, pero al revés.
PUBLICADO EN DIARIO DE PONTEVEDRA EL 14 DE ABRIL DE 2020, VIGÉSIMO OCTAVO DÍA DE CONFINAMIENTO