La ciudad de seda

A N T O N   P R I E T O

Claro que la actualidad ofrece mucho de que hablar. El estupendo equipo del Diario ya nos aporta un enorme caleidoscopio de noticias y opiniones, de fotos y relatos informativos sobre nuestras vidas bajo el virus asesino. Disfrutadlas. Tras cada historia que nos cuentan hay una muestra de la firme voluntad de luchar contra este furúnculo invisible y cruel, la negra sombra de nuestras vidas durante estas raras semanas.

Pero asomarse a Pontevedra esta tibia mañana de domingo es hacerlo a un plató de seda en el que la arquitectura urbana se nos muestra tamizada por la leve sensación de un plácido sol todavía tímido y de bajo recorrido. Las tapas de las  alcantarillas aparecen ante nosotros como  juguetonas protagonistas de calles desiertas, que perdieron su condición urbana para ascender a la de escenarios de un walking dead civilizado e higiénico.

Los muertos que nos circundan no saldrán pasear, porque esa versión posmoderna de la Santa Compaña fue creada para sobrecogernos en el sofá doméstico, pero en la cruel realidad los muertos que el virus multiplica por cero desaparecen, dejarán de ver ya para siempre jamás esta luz de primavera convertida en tibio tejido de tacto delicado.

Asomarme ayer a mi atalaya desde la que se ven desde las últimas casas de A Caeira hasta las primeras de Marcón era como trasladarse la una de esas pinturas románticas de Turner, el  paisajista inglés de los ambientes densos y cálidos, de ese cromatismo mañanero que logra el sol cuando se yergue y el pintor es capaz de potenciar al máximo añadiendo dramatismo y tensión. Así estaba ayer Pontevedra, con una banda sonora supongo de petirrojos, jilgueros y  gorriones que en este momento espectral adquieren enorme protagonismo.

Cualquier ciudad amanece así un plácido día de primavera, aunque la primavera se nos retorciese tanto, como queriendo decir que el planeta nos llama a portarnos mejor con él, porque con la merma del ajetreo humano sobre su piel mejoraron todos los índices ambientales. Lores y Mosquera lograron por fin su ciudad sin coches, esa Ítaca de la que reniegan, porque lo suyo es la ciudad con menos coches. Pero no así, sin ninguno. 

Pontevedra ayer era el sueño ambiental de cualquiera naturalista. Hospitales, panaderías,  quioscos y farmacias son compatibles con un ecosistema hipernaturalizado. Calles, plazas, parques y jardines, operativos para zorros y patitos, para jabalíes y hombreslobo. Pero eso es justo lo que no queremos, la ciudad museo, la capital paralizada, la inacción total, el silencio, la ausencia absoluta de personas. Esa es la Pontevedra muerta. Puede resultar hermosa, sí. Pero esa hermosura es la belleza de los ataúdes, del silencio, de los cuerpos congelados por la muerte, que es la antítesis de esta mañana de primavera.

Morning  Star

Sí, el título de esta novela lo pilló su autor, el lucense Xosé Miranda, del nombre de la más famosa nave asaltada por el capitán Benito Soto, considerado el último pirata del Atlántico, que figura en todo el alto de nuestra iconografía urbana. Una epopeya de bandas que a mediados del siglo XIXsacuden la comarca persiguiendo el tesoro que Soto había escondido en la ciudad y que por cierto, todavía nadie encontró. Un espléndido relato de aventuras, acaso todo un homenaje a la Isla del Tesoro de Stevenson. No os perdáis esta pequeña novela épica que nos hace viajar por nuestras calles y parroquias de hace casi 200 años.

 

PUBLICADO EN DIARIO DE PONTEVEDRA EL 30 DE MARZO DE 2020, DÉCIMO SEXTO D͍A DE CONFINAMIENTO