Y también polis buenos

Supongo que deben estar muy satisfechos por el apoyo que reciben de la mayoría de la gente en este período de confinamiento, pero lo cierto es que aún viven entre nosotros algunos despistados sobre el importante papel de las policías no solo durante este momento delicado, sino en general. Y hablo de las polis y no del ejército, que ese es otro cantar. Ambos tienen relación con la seguridad y la necesaria intimidación que debe ejercer el poder público ante la población, pero son ámbitos completamente distintos.

Podemos discutir si la democracia es más o menos perfecta, si la dirección policial se ejerce con más o menos cerebro, si la manera de ejercer el sindicalismo o la participación interna en los distintos cuerpos policiales transcurre de esta u otra manera, si el corporativismo excede los límites de lo razonable, si mucha gente —dentro y fuera de las polis— mezcla un cierto sentido épico, patriotero o chauvinista con el ejercicio profesional de su labor, o sobre las confusiones entre la autoridad y el autoritarismo que algunos llevan por bandera.

Todo eso es discutible, claro que sí. Pero al igual que lo es un médico sin sensibilidad a la hora de transmitir una mala noticia, un enfermero que paga con sus pacientes cualquier mediocre racha personal, un profe que desmotiva a su alumnado en nombre de no se sabe qué materia curricular o un administrativo que sublima la burocracia elevándola la un nivel irracional y absurdo. Además, las polis fueron liberándose, a desigual velocidad, del espeso rescoldo que heredó de la negra sombra del franquismo.

Los y las agentes de las policías, sus cuadros de mando, son hoy un puntal sobresaliente en la lucha contra el virus cabrón, como lo son cada día garantizando nuestra calidad de vida, porque ahí están siempre que los necesitamos. Cuando alguien en nos amenaza, cuando pretenden o consiguen violarnos, cuando nos roban algún bien, cuando tenemos un accidente de tráfico o doméstico, cuando detectan algún clan peligroso para la convivencia o persiguen la algún presunto ladrón o asesino.

Pero también cuando estamos de fiesta, cuando caminábamos por la calle ejerciendo nuestra preciada libertad de movimientos, cuando utilizábamos un aeropuerto o una carretera, o asistíamos a un espectáculo deportivo. Ahí están siempre, silenciosos, dispuestos a partirse la cara por nosotros, a ponerse con su uniforme dotado del simbolismo de la autoridad, entre las personas que pueden amenazar cualquier momento de nuestras vidas.

Claro que existen episodios poco edificantes, como represiones abiertas o exhibiciones gratuitas de fuerza que hacen más mal que bien a la sociedad, y por supuesto, también a la propia policía. Hay dirigentes institucionales que por razones casi siempre inconfesables utilizan a los agentes en beneficio de su propio relato político, poniéndolos a los pies de los caballos. Incluso hay algunos que ejercen su trabajo con escasa inteligencia, como en cualquier otra profesión, provocando males mayores de los que buscan atajar.

Pero la mayoría de ellos, cada uno de nosotros podemos confirmarlo por propia experiencia, caminan con prudencia, amabilidad, rigor, sensatez, servicio público y altísimo sentido moral. Ellos y ellas, nuestros y nuestras polis, están también en nuestro corazón cada día a las 8 de la tarde.

Wallander

Y ya que hablamos de polis, vamos a adentrarnos en el género negro. Inspector Wallander. ¿Les suena? A rebufo del boom nórdico de hace unos años se fue popularizando entre nosotros esta magnífica serie maravillosamente escrita por Henning Mankell sobre crímenes registrados en el país de Scania (sí, como los camiones), al sur de Suecia, justo frente a Dinamarca. Allá, en la pequeña ciudad de Ystad, presta servicio este magnífico poli. Crónicas que con una especial sensibilidad relata aportando datos no sólo sobre las pesquisas policiales, sino sobre la política y la sociedad sueca, nórdica y europea. La leona blanca, los perros de Riga, la quinta mujer… novelas de digestión fácil, amenas, con las que tocar la fría piel del Báltico sin salir de casa.

PUBLICADO EN DIARIO DE PONTEVEDRA EL 16 DE ABRIL DE 2020, VIGÉSIMO NOVENO DÍA DE CONFINAMIENTO